El año pasado, a pesar de que la Bolsa española no lo hizo mal, su peor comportamiento relativo en la última parte del año (consecuencia de la intervención del Banco Popular y el incremento del riesgo político tras el 1 de octubre) dejó un sabor de boca desagradable, sobre todo entre los inversores españoles. Y sí, si nos atenemos a lo que en la jerga del sector se conocen como los «fundamentales», tal vez 2017 debería haber sido el año de la Bolsa española. Sin embargo, no voy a caer en eso tan español de llorar por la leche derramada. A diferencia de la mujer de Lot, creo que deberíamos centrarnos en mirar adelante para no convertirnos en estatuas de sal.
Adam Smith describía el comportamiento de los mercados como un concurso de belleza en el que no se trata de saber quién va a ser la ganadora –el señor Smith no tenía entonces tantos remilgos con la corrección política–, sino de saber qué es lo que piensa el jurado. Con esta semblanza podemos decir sin temor a equivocarnos que en el caso concreto de España el jurado no ha tenido los mejores «inputs» para hacerse una opinión. De hecho, hemos vivido tal frenesí que es raro que hayan tenido un rato para prestar atención a lo que realmente importa a la hora de tomar decisiones de inversión. Y a tenor de lo vivido, no hay nada que les podamos reprochar.
Sin embargo, las circunstancias de los últimos tiempos, desde el punto de vista de oportunidad de inversión, constituyen más una oportunidad que un riesgo. Los «fundamentales» no son peores porque no se les prestase atención.
Lógicamente, no soy tan naíf como para considerar imposible que suceda algo que impida que los «fundamentales» se impongan. Desde luego que podría pasar. Pero también lo contrario. No digan que nadie se lo dijo.
Artículo publicado en ABC.
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