En lo que a la economía respecta, parece que no hemos podido empezar el año con mejor pie. La cifra de paro que conocimos la semana pasada confirma la velocidad de crucero de la economía española. Se han creado dos millones de puestos de trabajo desde 2013 y es probable que se creen otros dos en los próximos cuatro años, lo que nos permitiría volver a cotas históricas.
Los indicadores adelantados y lo que los economistas llaman «hard data», hacen pensar que la economía seguirá creciendo al mismo ritmo que el año pasado y que los miedos sobre un posible impacto de la crisis catalana han sido efímeros, como se suele predicar de la gloria.
Las agencias de calificación empiezan a reconocerlo, aunque hayamos dejado de pagar por sus servicios. Y esto no resulta baladí, porque son muchos los participantes en el mercado que necesitan el marchamo de estos agentes financieros para poder comprar activos españoles.
El interés de los inversores extranjeros no pierde comba y hay ejemplos por doquier. Quizá por su tamaño, lo más significativo ha sido el exceso de demanda que hubo en la última emisión de bonos a diez años español, un verdadero festival.
Si, como parece, el tema catalán se acaba perdiendo en las páginas interiores de los periódicos, puede que los mercados –sobre todo la Bolsa– recupere el terreno perdido. El arranque apunta hacia esa tesis, pero un mes no resulta suficiente para echar las campanas al vuelo.
Mi mejor previsión es que la economía española va a ir más rápido de lo que podemos pensar los más optimistas. Y no por algo en particular, sino porque se dan todos los argumentos macro, micro, de valoración y de flujos. Este año, lo que ha empezado bien, probablemente acabe mejor. Y quizá lo mejor es que todavía hoy los inversores están a tiempo de subirse al tren.
Artículo publicado en ABC.
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