Los bancos centrales continúan siendo los protagonistas. La semana pasada todos se retrataron. La Reserva Federal americana subió los tipos por séptima vez y el BCE dio la primera señal de normalización (en los próximos meses, si el tiempo lo permite, van a empezar a levantar el pie del acelerador). A pesar de los más de tres años de diferencia que separan la intervención de una y otra autoridad monetaria, la prudencia ha sido el denominador común entre ambas instituciones. Si hay algo que tienen claro es que no quieren precipitarse y truncar la recuperación que tanto ha costado poner en marcha.
En cualquier caso, y aunque parezca contradictorio, estas decisiones no son contractivas. Y no lo son porque unos tipos a corto plazo al 2% y largos al 3% no suponen un freno para la economía. En cualquier caso, la falta de inflación hará que el precio del dinero no llegue a los niveles anteriores a la crisis. Consecuentemente, el valor del activo libre de riesgo se mantendrá también por debajo de lo que vimos antes de la crisis, y esto condiciona la valoración de cualquier otro activo. Esta es la clave.
En Europa, el funambulista Draghi ha dado, por fin, el primer paso hacia la normalización de la política monetaria y, sin embargo, ha conseguido retrasar la expectativa de subida de tipos de interés. Sopla y absorbe, una vez más. Es un mago en la gestión de las expectativas y, después de haber llegado hasta aquí, no está dispuesto a que se desmorone todo lo construido por una mala interpretación de los mercados. Los tipos subirán, no hay prisa, pero tampoco hay duda. Y las consecuencias de ese proceso no serán necesariamente malas, como estamos viendo en el caso americano.
Y mientras todo esto sucede, la Bolsa americana no hace sino marcar máximo tras máximo.
Artículo publicado en ABC.
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