El precio del petróleo ha caído un 60% desde máximos de junio del año pasado. Sin embargo, desde este punto ha subido con mucha fuerza y la pregunta del millón ahora es hacia donde se encamina. Todo indica que existe un exceso de oferta de crudo en el mundo y los niveles de inventarios siguen subiendo. Aunque tradicionalmente no ha sido la razón por la que el precio ha caído, la clave en los últimos tiempos ha sido la evolución de la demanda, dependiente exclusivamente del ciclo económico. Por tanto, lo más importante es lo que pase con la oferta.
Y las dos variables principales son: las nuevas formas de extracción de crudo (fracking) y los principales países productores (OPEP). A pesar de la caída del precio, las ganancias en productividad de las nuevas formas de explotación permiten que la nueva oferta no vaya a decaer. Al igual que en otras tecnologías, ya se ha llegado al punto de no retorno en los países que han liderado la inversión en este tipo de infraestructuras (renovables), concretamente Estados Unidos. Queda pendiente ver qué sucede allí donde no se ha implantado todavía. En Europa, los tímidos avances que se han producido se van a parar temporalmente que es, por otra parte, uno de los objetivos principales que persigue Arabia Saudí, el principal productor del mundo. La respuesta de los países productores, y en concreto de la OPEP, ha sido totalmente distinta. A diferencia de lo que ha sucedido en otras correcciones, en esta no solo no han reducido la producción, sino que la han incrementado ligeramente. Un cambio de postura radical que ha venido para quedarse.
Por todo ello, el precio a futuro dependerá en mayor medida de la oferta de petróleo no convencional en Estados Unidos. En este nuevo esquema de oferta, el ciclo económico relativiza su importancia en la evolución a futuro, así que, a pesar del rebote de las últimas semanas, creo que tenemos petróleo barato para rato.
Coto bancario
Los recientes cambios en la cúpula del BBVA han puesto sobre la mesa los retos a los que se enfrentan los bancos en el mundo 3.0. La apuesta del banco español es clara: liderar el cambio y achicar espacios a los nuevos entrantes. De hecho, no es nada nuevo pues llevaban ya mucho tiempo en esta estrategia aunque hasta ahora no fuera de un modo tan explícito. Las nuevas tecnologías han transformado la manera en que nos relacionamos con todo, también con los bancos.
Sin embargo, la fuerte regulación y la supervisión a la que están sometidos los bancos suponen una barrera de entrada muy grande, haciendo del sector una fortaleza casi inexpugnable para los nuevos jugadores, especialmente los tecnológicos, ya presentes en otros muchos sectores. Es decir, resulta poco probable que una entidad no bancaria acceda al negocio financiero. Algo podrán arañar en el apartado de pagos y cobros, pero poco más. La protección del cliente convierte el sector en un coto exclusivo.
Distinto es competir con los Amazon, Facebook o Twiter de turno. A primera vista, parece difícil meter la cabeza en un negocio ajeno al principal y en el que los bancos no cuentan con ninguna experiencia. El punto fuerte de las entidades financieras es la cantidad de información que tienen de sus clientes, sin embargo, monetizar dicha información no es ni sencillo ni barato (el coste de los desarrollos informáticos necesarios es enorme). No sé yo por qué un banco va a saber hacerlo mejor fuera de su área de conocimiento y donde el resto tiene la entrada vetada. Reinventarse puede no ser tan buena idea.
El orden natural de las cosas
La semana pasada, en Barcelona, me dieron una curiosa definición de riesgo asimétrico que, además, relacionaba directamente dos de los grandes temas de la semana: la Champions y la renta fija. “Llegar a la final en Berlín contra el Real Madrid –me comentaba un buen amigo, seguidor del Barça– es lo más parecido a invertir, a día de hoy, en renta fija”. Ante mi cara de circunstancia, continuó con su explicación: “Ganar toda una Champions no compensa lo que supondría caer en una final europea contra nuestro eterno rival”. Puedo entenderlo: el beneficio potencial no cubre la pérdida en la que se podría incurrir. En este caso, la apreciación es totalmente subjetiva y no sé cómo de extendida se encuentra entre el resto de la afición culé. Sospecho que la percepción de mi amigo está empañada por su gran sentimiento.
En el caso de la renta fija, tras los cambios en la curva de tipos de interés que hemos vivido durante de los últimos tiempos, el beneficio resulta bastante menor aún: ninguno. En la dinámica que mostraban los tipos, cabía pensar que la bajada fuera aún más mayor pero no había ninguna lógica en ello. Tomando como referencia la rentabilidad del bono alemán a diez años (0,10%), en el conjunto de ese periodo ofrecería un 1% a su feliz inversor, es decir: nada. Detrás de esta situación de la deuda soberana europea encontramos todavía un cierto miedo a la ruptura del euro, único argumento capaz de justificar la compra de activos sin rentabilidad. El movimiento ha sido brusco a falta de otro calificativo mejor. En algún momento, y a pesar los voceros euroescépticos, el riesgo de ruptura iba a salir de la ecuación pero cuando esto ha sucedido, lógicamente, no ha sido de forma gradual. Vaivenes como los de la semana pasada en la renta fija suelen provocan efectos colaterales en otros activos aunque en esta ocasión no serán muy duraderos a tenor de los argumentos que los han motivado.
A mí, como madridista poco practicante, me encantaría una final española en Berlín. Una derrota de mi equipo no me iba a quitar el sueño, reconozco ser un bicho raro, pero ganar al Barcelona de Messi en la que puede ser una de sus últimas oportunidades para ganar uno de los grandes títulos me llenaría de gozo. Al fin y al cabo, no sería sino respetar el orden natural de las cosas.
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