En las últimas semanas, la renta fija denominada en euros ha caído fuertemente. Sin ir más lejos, el bono alemán a diez años ha sufrido una corrección superior al seis por ciento en precio. Lo que tratándose del activo sin riesgo por antonomasia no tiene precedentes, o por lo menos no muchos. Detrás de este movimiento no hay más que los niveles a los que había llegado a cotizar la renta fija durante los últimos meses. No tiene mucho sentido –ni tendrá– que Alemania apenas pague intereses por financiarse a largo plazo y lo visto en los últimos días representa un argumento adicional a favor de la vuelta a la normalidad.
Sin embargo, este cambio de tendencia no supone que las expectativas de inflación se hayan recuperado. Vivimos en un mundo sin apenas incremento en los precios como consecuencia de la globalización, el desarrollo tecnológico y los flujos migratorios, factores que no cambian de un día para otro. Es más, se refuerzan.
La velocidad del movimiento, por otro lado, sí puede ser un problema. Las caídas fuertes en los mercados de renta fija provocan un pequeño terremoto financiero cuyas consecuencias no se limitan exclusivamente a ese activo. La renta variable, que se convierte en el cajero automático de los agentes financieros ante cualquier eventualidad, es uno de los activos más afectados. En cualquier caso, dado que se trata de una vuelta a la normalidad, estos efectos colaterales representan más una oportunidad que un riesgo para los inversores.
Durante las próximas semanas lo probable es que los tipos de interés sigan por la misma senda, camino de su normalización, al mismo tiempo que los riesgos de ruptura del euro se siguen diluyendo y la renta variable recupere el terreno perdido. Porque sacar de la ecuación –de una vez por todas– una posible ruptura de la unión monetaria es, a todas luces, una gran noticia pese a lo que, en un primer momento y como consecuencia de las caídas en la renta fija, haya podido reflejar el mercado últimamente.
El déficit y el verdadero riesgo
La semana pasada, la Comisión Europea publicó sus recomendaciones para los países miembros. El caso español sigue siendo el ejemplo de alumno aplicado que, desde Europa, utilizan para mostrar los beneficios de sus políticas. Hemos demostrado que los ajustes y las reformas estructurales se traducen en crecimiento económico sano y sostenible.
No deja de sorprenderme que algunos analistas critiquen a voz en grito la desviación de unas pocas décimas del objetivo de déficit público para este año, única observación, negativa si se quiere ver así, que han hecho desde Bruselas. No en vano son los mismos que condenaron las políticas europeas desde el principio y defendieron el incremento de gasto público como solución a casi todos los problemas. La desviación, si es que finalmente se produce, será mínima y no tendrá una gran importancia. Y más aún, es probable que cumplamos con el objetivo gracias al fuerte crecimiento de la economía española y los ingresos adicionales que genera. ¿Acaso hemos olvidado la situación de la balanza hace tan sólo cuatro años?
Desde esos mismos círculos, también sorprende el menosprecio a la recuperación, otorgando gran parte del mérito a causas exógenas a nuestra economía. En este punto hay que recordar que el petróleo barato y la depreciación del euro también benefician al resto de economías europeas que hoy están creciendo menos de la mitad que España. El riesgo, no nos engañemos, no es el déficit sino salirse de la senda de los últimos años.
Meta volante
El próximo domingo tenemos una importante etapa en el maratoniano año electoral que nos ha tocado. Ambas metas volantes -Municipales y Autonómicas- deberían servir para arrojar algo de luz sobre la gobernabilidad futura de la Nación. A una semana vista y falta de una bola de cristal que sea fiable, tiene pinta de que el desenlace no va a ser dramático, ni mucho menos. Las aguas vuelven a su cauce y las posibilidades de un asalto al poder del partido antisistema, con raíces bolivarianas, quizás se descarte ya definitivamente.
El riesgo político ha pesado mucho sobre los activos españoles en los últimos tiempos, por lo que un escenario no disruptivo servirá para mejorar el comportamiento de los mercados nacionales. Quizá hoy los españoles estemos más tranquilos respecto a las próximas elecciones generales pero desde fuera, donde no están en el día a día, el riesgo de ingobernabilidad o, peor aún, de radicalización, sigue siendo una de las principales preocupaciones.
No hace mucho, la portada de The Wall Street Journal advertía del riesgo de que España se convirtiera en punta de lanza del bolivarianismo en Europa. Es probable que el lunes próximo esta posibilidad se aparque definitivamente. Lo que no resulta tan fácil anticipar es lo que sucederá con nuestros impuestos durante la próxima legislatura. Un asunto, el fiscal, en el que Comunidades Autónomas y los Municipios tienen mucho que decir. Aquellas en las que no se alcancen mayorías claras o en las que haya un cambio de color tienen muchas papeletas para ver subidas de impuestos. Evidentemente, quien dice que los va a bajar puede ser el mismo que los acabe subiendo. Y por otro lado, quien amenace con subirlos, sin duda, los subirá. Así que una de cal y otra de arena después del próximo domingo: la percepción de riesgo país seguirá mejorando y los impuestos probablemente subiendo. A ver si nos habíamos pensado que esto del multipartidismo salía gratis.
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