Hace tan solo un año, la posibilidad de que Reino Unido saliera de la Unión Europea era inimaginable y hoy, por el contrario, parece inminente. En las últimas semanas, no se sabe bien por qué, las encuestas han dado un vuelco y prácticamente todas coinciden en la salida de la Unión como el escenario más probable. ¡Increíble! O quizá no tanto si se observamos el sospechoso paralelismo con lo sucedido recientemente en Escocia. Es parte del guión y son necesarias ciertas dosis de tensión para movilizar a parte del electorado que, como todos, no creía que esto fuera un problema.
Y hay que mirar más allá de la valoración sobre el papelón que ha desempeñado David Cameron con los dos refrendos –en el pecado lleva la penitencia– o de si la continuidad de Reino Unido en la UE (teniendo en cuenta las circunstancias tan excepcionales en las que es miembro) constituye lo mejor para el futuro del proyecto común en este momento procesal. Desde el punto de vista de los mercados, lo más interesante es cómo se han magnificado las probabilidades de los desenlaces apocalípticos en todos los eventos a los que se enfrenta de forma natural. Hace un año era Grecia, cuya salida del euro y lo que eso suponía resultaba inevitable. Y con todo en contra para su continuidad, finalmente se evitó. En 2012 la moneda europea iba a desaparecer y en algún momento posterior el ébola se iba a convertir en una pandemia global. Y así podríamos seguir remontándonos hasta la quiebra de Lehman Brothers, entidad que se iba a llevar por delante el sistema financiero mundial y que nos avocaba al fin del mundo. Pero aquí seguimos, y aunque unas cosas se han resuelto mejor y otras peor, el mundo continúa girando.
Con algo de perspectiva, circunstancias como las actuales, en las que los mercados responden de forma casi esquizofrénica –ese movimiento pendular que les caracteriza–, representan más una oportunidad que un riesgo.
Artículo publicado en ABC.
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