Foto: Antonio Cruz
La evolución de las economías mexicana y brasileña representan la cara y la cruz de los países latinoamericanos que tanto pesan en las cuentas de resultados de algunas empresas españolas. Las cosas en Brasil no van bien: este año la economía se va a contraer cerca de un 4%, la inflación se encuentra próxima al 10% y el patio político anda revuelto. Sin embargo, se empieza a vislumbrar una luz al final del túnel.
El presidente que ha sustituido a la temporalmente depuesta Dilma, está dando pasos acertados en aquellos desafíos que se le habían atragantado a la anterior presidenta. El nuevo equipo ha mostrado la voluntad de estabilizar las cuentas públicas e introducir cierta ortodoxia en las políticas económicas del país, y los resultados parecen llegar. No resulta del todo descabellado pensar que la economía brasileña recupere la senda del crecimiento el año que viene, y el mercado así lo empieza a descontar. La Bolsa brasileña y su divisa, el real, son dos de los activos que mejor comportamiento están demostrando este año.
México por su parte se encuentra en una situación distinta. Su economía ha digerido bien el impacto de la caída del precio del petróleo y a estas alturas del año presenta un crecimiento superior al 2%, una tasa de desempleo inferior al 4% y un nivel de inflación por debajo del 3%. La economía ha encajado el golpe razonablemente bien. La estabilización del precio del petróleo, de consolidarse, constituye una magnífica noticia a la que podemos sumar las mejores perspectivas de la economía estadounidense que deberían traducirse en una recuperación de la actividad en los sectores exterior y manufacturero.
Dos economías distintas que han pasado esta crisis de forma distinta. La buena noticia es que si la luz que se aproxima no resulta ser un tren, significará que no aproximamos a la salida.
Artículo publicado en ABC.
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