La crisis catalana lo inunda todo últimamente, tanto que nos ha hecho perder la perspectiva. Y el ejercicio que tenemos que hacer los que podemos no solo indignarnos es sacar la cabeza de la centrifugadora del día a día y ampliar el zoom.
Y aunque todavía no tengamos la distancia suficiente, sí podemos decir que –a pesar de la zozobra que vivimos en los primeros días de octubre– la crisis catalana no ha sido comparable a las que hemos vivido en los últimos años. Los recientes acontecimientos en España se quedan en la categoría de anécdota si los comparamos con la crisis financiera de 2008 y la profunda recesión de nuestra economía que le siguió, la crisis del euro o, incluso, el primer impacto que generó la irrupción de Podemos en el panorama político nacional.
Con la quiebra de Lehman –que, aunque parezca muy lejano, tuvo lugar hace menos de diez años– el mundo tal y como lo conocemos estuvo cerca de desaparecer. De no haber sido por la pronta intervención de Bernanke seguramente hubiéramos tenido que reconstruirlo todo desde las cenizas. Entonces, los mercados pusieron en precio ese escenario cuasi Mad Max. La crisis del euro, con todas sus secuelas, ha terminado solucionándose con buena nota, pero no estuvo bajo control en todo momento. Hubo semanas, recuerden, en las que se llegó a dudar de si los cajeros continuarían dando euros. Y, por cierto, también aquí hay que agradecer la labor del Banco Central Europeo. En clave española, tanto la recesión como la llegada de Pablo Iglesias avalan nuestra capacidad de sobreponernos.
Hace dos años, la mayor parte de España no sabía quién era el señor Puigdemont. Hoy es más probable que dentro de dos años sea solo un mal recuerdo. Tiempo al tiempo.
Artículo publicado en ABC.
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