No todo va bien. Con el objetivo de quitarme el sambenito de optimista impenitente, hoy voy a dar una pincelada sobre uno de los riesgos que más preocupan a los chicos listos del mercado. Con ello trato de ganarme cierto aire de respetabilidad, aunque en mi caso creo puede ser tarde y sonar un poco sobreactuado por mis propias circunstancias.
Algunos llevan ya un tiempo advirtiendo sobre lo que puede estar anticipando la curva de tipos de interés americana. Porque sí, los bonos, como muchas otras cosas en los mercados, hablan. El tipo de interés es el precio del dinero que fija el mercado para prestamistas y prestatarios a distintos plazos. Es lo que permite a los gobiernos endeudarse y a las compañías de seguros invertir. También resultan algo contraintuitivos, ya que cuando suben los tipos bajan los precios. Por todo ello, la evolución del precio de los bonos es objeto de mucho seguimiento, ya que permite anticipar lo que sucederá en la economía a futuro.
El movimiento más notable de los últimos meses en la curva de tipos norteamericana se ha producido, sobre todo, en los plazos cortos. Por ejemplo, el bono a dos años americano ha doblado en tipo en los últimos seis meses –ha pasado del 1,2 al 2,4%–. Es un movimiento que, aunque pueda parecer insignificante, no lo es. Además, la velocidad a la que se ha producido resulta sorprendente y con toda probabilidad se habrá cobrado algunas víctimas. Este comportamiento anticipa subidas de tipos y más rápidas de lo que se esperaba hace pocos meses.
Por otro lado, el resto de la curva de tipos americana –los plazos más largos– también ha subido algo, pero no lo ha hecho en la misma medida que la parte corta de la curva. Y según la tradición financiera, el bono a diez años debería situarse en el entorno de la suma de crecimiento e inflación.
Así las cosas, como se dice en el argot, la curva de tipos americana se aplana y puede estar anticipando que esa aceleración por parte de la Fed –que ahora sí parece descontar el mercado– se lleve por delante la recuperación de su economía. O también puede que no. Pero ¿a que parecen más inteligentes las tesis catastróficas? ¿Por qué será?
Artículo publicado en ABC.
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