Uno de los datos más controvertidos del cuadro macroeconómico del Gobierno es el enorme incremento de déficit y deuda pública que anticipan. No sé bien si los críticos son los mismos que decían recientemente que el Gobierno no estaba haciendo los suficiente, lo que sería para hacérselo mirar. Y a pesar lo que puedan sostener los liberales de salón, sin duda el enorme esfuerzo fiscal es necesario en unas circunstancias tan extraordinarias como las actuales. No conocemos bien la evolución la economía, pero no hay duda de lo que hubiera pasado de no haber actuado a tiempo.
Este enorme incremento del déficit que, como muchos otros datos, no se puede comparar históricamente, tiene dos patas. Por un lado, la caída de los ingresos fiscales como consecuencia del parón económico y, por otro, el fuerte repunte del gasto como consecuencia de las medidas adoptadas.
Con independencia del acierto de estas decisiones -con sentido y comunes al resto de países comparables-, hay que entender que no son estructurales. En la última crisis, el gran agujero vino sobre todo por el pinchazo de la burbuja inmobiliaria: de un día para otro las arcas públicas dejaron de ingresar el equivalente fiscal a la construcción y venta de más de 500.000 viviendas al año. Una pérdida que sí fue estructural y requirió ajustes.
Ahora la caída de ingresos, aunque comparable en tamaño, no tiene el mismo origen, por lo que en pocos trimestres debería volver cerca del punto de partida. Y con los gastos pasa tres cuartas partes de lo mismo.
Es cierto que la solvencia del país se deteriora, pero teniendo en cuenta la naturaleza coyuntural de incremento del déficit y el correcto funcionamiento del mercado de crédito (gracias al importante papel del Banco Central Europeo), se pueden descartar episodios en los que la prima de riesgo recupere el protagonismo.
Aún así, es importante no dar pie a mal entendidos con el mercado. Y, como la mujer del César, no sólo hay que serlo sino parecerlo: bajada de sueldos a funcionarios, congelación de las pensiones y, sobre todo, no comprometer partidas de gasto estructurales -renta mínima vital- son decisiones que no deberíamos tardar en ver.
Artículo publicado en ABC.
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