Desaceleración europea

Una de las preocupaciones que está cogiendo más vuelo en los últimos meses es la salud de la economía europea. Los últimos datos no han ayudado. La semana pasada se certificaba que Italia, una de las principales economías de la zona euro, entraba en recesión. Los datos de actividad industrial –que han lastrado al resto de su economía– no terminan de levantar cabeza. Chalecos amarillos, el espectáculo diario del Brexit o las ocurrencias de Andy y Lucas en Italia tampoco ayudan. Así, cada vez son más las voces que afirman que esta desaceleración ha cogido al BCE sin suficiente pólvora seca.

Ahora bien, este análisis, como casi siempre, se está dejando llevar por los titulares.

En el fondo, más allá de lo que pueda pasar con Italia, o el culebrón de los ingleses, la razón detrás del peor comportamiento de la economía europea no tiene mucho recorrido. El peso de la industria es mínimo, lo que de verdad importa son los servicios. Y en el entorno actual (pleno de empleo, subidas de sueldos y crédito al sector privado en aumento), no tiene pinta de que la economía pueda hacer aguas por mucho que la actividad industrial haya pinchado, tras la detención de la fabricación de coches por el cambio de la normativa de emisiones.

Las expectativas son las que son. A medida que avance el año, comprobaremos que la economía europea crece menos, pero crece, y que la inflación subyacente levanta cabeza. Por ello, comparar Europa con Japón carece de sentido. Los miedos sobre el crecimiento de la economía europea se disiparán y caerá uno de los miedos más extendidos. Uno de los llamados «calls» más de consenso –y permítanme la cursilada de los que nos dedicamos a esto– se desmonta con las consecuencias que eso supone.

Artículo publicado en ABC.

José Ramón Iturriaga
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