Digitalización bancaria

Capítulo aparte merecen los efectos de las nuevas tecnologías en el sector bancario. En este caso, parece que hay dos planteamientos absolutamente encontrados. Frente a los visionarios que anticipan una transformación radical y que contemplan a los grandes del sector tecnológico irrumpiendo en el negocio, existe una aproximación más pragmática que apuesta por ir adaptándose a las necesidades de los clientes. No se trata de negar el inevitable desarrollo tecnológico y las consecuencias que sin duda tiene; se trata de ir adaptando la forma de hacer las cosas, como se ha hecho hasta ahora –e internet lleva ya con nosotros unos cuantos años–. No hay una nueva forma de hacer banca. Y los grandes monstruos tecnológicos, además de unas barreras de entrada evidentes en el sector, no tienen demasiados incentivos para irrumpir en un negocio que está muy especializado y no es especialmente rentable.

El papel de las «startups» está ahí. Sin duda, algunas tendrán éxito; pero la mayoría fracasarán. Las que consigan encontrar fisuras en la propuesta de valor de las entidades bancarias y hacerlo mejor que ellas triunfarán, y los bancos las comprarán. A eso es a lo que pueden aspirar este tipo de proyectos, y no es poco.

Por definición, el futuro es incierto. Tratar de anticipar por dónde van a ir las necesidades de los clientes es cuanto menos una quimera. La banca ha sabido adaptarse, a diferencia de otros sectores –sin ir más lejos el de la prensa–, sin mayores contratiempos. Pensar a estas alturas que la transformación va a ser radical, o a corto plazo, es de ingenuos, o de contumaces. Sobre todo, los llevan anticipando la «inminente revolución» durante los últimos veinte años.

Artículo publicado en ABC.

José Ramón Iturriaga
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