La semana pasada el dólar alcanzó los niveles más bajos desde el resultado del brexit, que provocó una fuerte depreciación de la libra. En enero, el dólar estaba en el nivel más alto los últimos catorce años. Desde entonces se ha depreciado un 10%.
Podríamos pensar que esta depreciación del billete verde es el primer éxito de Trump, que en una de sus primeras coces se quejaba de la fortaleza de su moneda. Sin embargo, creo que no es tal, ya que las razones tras esta depreciación no se pueden achacar al propio Trump sino a todo lo contrario.
Recordarán que, tras la victoria del rocambolesco entonces candidato el pasado noviembre, la divisa americana se apreció con fuerza. El resultado de los comicios se leyó como un revulsivo para la economía estadounidense. La determinación del nuevo presidente, unida a la mayoría en ambas cámaras, sentaba las bases para un gran empujón por el lado de políticas fiscales.
Sin embargo, lo visto hasta ahora no ayuda. No hay nada del plan de infraestructuras, tampoco de nuevas tarifas, y ha quedado patente la incapacidad de alcanzar un acuerdo para revertir la reforma sanitaria de Obama, lo que genera dudas incluso sobre las tan cacareadas bajadas de impuestos. A lo anterior se han sumado los incesantes escándalos en la Casa Blanca, y la incertidumbre nunca es buena para las divisas.
Europa, mientras tanto, hemos pasado de ser el apestado de la clase a un alumno ejemplar en los últimos seis meses, lo que se ha traducido en flujos de inversión hacia el viejo continente.
Con todo, los diferenciales de tipos de interés apuntan en dirección contraria. Los tipos más elevados en Estados Unidos deberían revertir la depreciación del dólar una vez que el Twitter del presidente americano se tranquilice.
Artículo publicado en ABC.
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