Reconozco que cuando en la rueda de prensa del Banco Central Europeo una joven (y ágil, muy ágil) se abalanzó sobre el presidente Draghi me sobrecogí. Se resolvió pronto y todo quedó en una anécdota de la que solo recordaremos la cara de susto que se le quedó al italiano cuando la alemana se encaramó a la mesa reclamando el fin de la dictadura del BCE. Ni más ni menos que el final de la dictadura del Banco Central. No abogaba por la paz en el mundo, ni porque se deje de experimentar con animales. Hubiera sido quizá menos sorprendente que algún miembro del instituto IFO alemán se hubiera encadenado a las puertas de la sede del banco en Frankfurt. O que los representantes del Bundesbank protagonizaran una cacerolada. Pero el hecho de que una joven universitaria –alemana eso sí- irrumpiera en una comparecencia de Draghi da que pensar.
El papel de la autoridad monetaria en esta crisis ni se entiende ni se pone en valor. Que los guardianes de la ultraortodoxia sigan erre que erre con sus miedos hiperinflacionistas pueden ser cosas de la edad. Que liberales de salón continúen predicando las bondades de reducir todo a cenizas resulta hasta cómico. Sin embargo, que en este momento procesal no seamos capaces de reconocer los indudables méritos que ha tenido el BCE para sacarnos del agujero en el que estábamos es para hacérselo mirar. Los bancos centrales, con la Reserva Federal a la cabeza y el BCE detrás, son los principales responsables de que la crisis reciente no haya acabado peor que la gran recesión del siglo pasado. El mérito es compartido. Bernanke porque enseñó el camino. Y Draghi porque fue capaz de meter en vereda a los miembros más recalcitrantes del Consejo del BCE. Si no les quieren dar el Nobel de economía, que les den el de literatura, como a Churchill.
Atresmedia
Los resultados del primer trimestre del año de la cadena de televisión explicita bien a las claras por qué la bolsa española está barata. En estos tres primeros meses del año, los ingresos por publicidad se han recuperado un 12% y el beneficio operativo prácticamente ha multiplicado por tres dicha cifra. No lo han leído mal: por tres. La clave, como ya hemos apuntado en otras ocasiones, es el apalancamiento operativo. Tras muchos años de caída de ingresos y el ajuste correspondiente en costes, cuando los ingresos se dan la vuelta, la recuperación se traslada de forma exponencial a los beneficios empresariales. En el caso concreto de las televisiones, este es el tercer trimestre de recuperación de ingresos. No llevan ni siquiera un año subiendo y aún tienen amplio recorrido. Hacia arriba, claro.
En 2007, la tarta de la publicidad -el principal ingreso de las cadenas de televisión- sumaba más de cuatro mil millones de euros. En 2013 fue un 50% más bajo. Así las cosas, tenemos por delante muchos incrementos del 10% en ingresos hasta que lleguemos a lo que podemos considerar beneficios medios del ciclo. Hoy por hoy, es difícil que nadie se atreva a anticipar que esta recuperación resulta sostenible. Tras muchos años en los que casi defraudaban cada vez que abrían la boca, la temporada de publicación de resultados que acaba de empezar va a ser intensa en sorpresas positivas. Después de los últimos años, los analistas son incapaces de adelantarse a los acontecimientos y van a ir por detrás de la realidad. Es humano. Llevan muchos palos encima y no está bien visto ser optimista, ya que, perdonen la ironía, te pueden confundir con un tapado del gobierno. Por lo tanto, estamos en ese punto en el que las cosas se han dado la vuelta pero no lo reconoceremos hasta que no metamos el dedo en la llaga. Y quizá haga falta algo más que los dedos.
En cualquier caso, ya no hablamos de futuribles: hemos topado con la realidad. La economía española, como dijo la semana pasada el ministro de economía, crece por encima del 3%. La recuperación ya se está viendo en los beneficios empresariales. Y esto no ha hecho nada más que empezar. El mercado, lo reconocerá cuando toque. Y eso no es necesariamente malo.
El fin del ‘postureo’ griego
Los amigos del Financial Times están últimamente muy insistentes sobre la posibilidad de que se esté infravalorando los riesgos de una salida de Grecia del euro. Llevaban un tiempo callados pero la falta de acuerdo ha vuelto a hacer correr la liebre. Es verdad que las “negociaciones” se están alargando más de lo esperado. Ahora bien, no hay nada que haga pensar que el desenlace vaya a ser distinto. En el juego de a ver quién cede primero, los griegos siguen teniendo todas las perder.
Su argumento sigue siendo el riesgo de contagio que provocaría su eventual salida del euro. La mejor prueba de que su estrategia no está funcionando es el comportamiento de los bonos en el resto de países periféricos: no se han movido. La Unión Monetaria sigue teniendo la sartén por el mango. Son los dueños del dinero y el tiempo juega a su favor. Los argumentos de los voceras del euroescepticismo se resumen en que la Unión Europea está minusvalorando las consecuencias de una salida de Grecia del euro, como en su momento sucediera con las consecuencias de dejar caer a Lehman Brothers. La semblanza es suficientemente sugestiva y sirve para despertar los peores fantasmas y echar gasolina sobre unas ascuas que no han terminado de apagarse. En su momento, se concatenaron varios errores. Fue una sorpresa para todos, no se anticiparon las consecuencias por quienes tomaron la decisión y la reacción política tardó y no fue unívoca. Evidentemente esta vez podría ocurrir lo mismo. Sin embargo, esa presunción es simplista en exceso, incluso para los propios europeos que hemos demostrado que somos contumaces en el error. Quiero creer que algo habremos aprendido de estos últimos años.
Con alta probabilidad, todo pasa porque Europa redoble su apuesta y el Banco Central Europeo corte temporalmente la liquidez a los bancos griegos. Las colas delante de las sucursales son probablemente la última vuelta de tuerca, que parece indispensable, para terminar con el postureo y dar a torcer el brazo de los líderes griegos. Y seguramente, la renuncia de una gran parte de sus promesas electorales se traduzca en unas nuevas elecciones. Frente a los que piensan que Grecia acaba fuera de Europa yo soy de los que creen que seguirá dentro pero con otro gobierno que sea capaz de comprometerse con las exigencias europeas. Amagar con volarse la cabeza no ha sido nunca una buena estrategia de negociación.
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