Hay que estar orgullosos, muy orgullosos, de lo sucedido con la economía española durante estos últimos años. A pesar de todas las dificultades que hemos pasado en este tiempo, parece que no somos conscientes de lo que ha sucedido. En términos macroeconómicos la transformación de nuestra economía es absolutamente extraordinaria. España no sólo crece más, sino que crece mejor.
Es la economía desarrollada con mayores tasas de crecimiento tanto ahora como para los próximos años. Crecemos como nunca lo habíamos hecho, con el sector exterior, el consumo y la inversión tirando del conjunto de la economía.
Las ganancias de competitividad que se han alcanzado gracias a los ajustes por el lado de la oferta –bajadas de sueldos- son estructurales. No resultan comparables a las que se lograban de forma un tanto artificial en otros momentos de nuestra historia a través de la devaluación de la peseta. Crecemos, también por primera vez, con superávit exterior; es decir, sin la necesidad de recurrir a terceros para financiar nuestra expansión. Igual que Alemania.
A los sectores punteros (exterior, consumo e inversión directa) hay que sumar la recuperación del sector de la construcción, que empieza a levantar cabeza tras más de una década de crisis sin parangón. Se trata de un sector muy intensivo en mano de obra.
La propia recuperación en sí misma genera más recuperación y la mejora en las sensaciones se traslada a la economía sin lugar para la duda. Estamos en los primeros compases de una recuperación que está llamada a perdurar y ser más fuerte de lo que nadie –sobre todo los apóstoles del apocalipsis– podía esperar hace no mucho tiempo.
Artículo publicado en ABC.
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