Cuidado con lo que deseas. Esa probablemente debería ser la máxima que aplica el Gobierno con los Presupuestos que presentó la semana pasada. Su aprobación parece ser el chaleco salvavidas al que se aferra, tras la enésima pirueta Sánchez, para tratar de alargar la legislatura y dotar de contenido a su errático relato político.
El rechazo de los Presupuestos dejaría vacía de contenido lo que queda de legislatura, ya que el efectismo del decreto ley tiene las piernas muy cortas. Solo quedaría fijar la fecha de las nuevas elecciones generales.
La aprobación de las cuentas del Gobierno, sin embargo y teniendo en cuenta quiénes las aprobarían, supondría un enorme menoscabo de la depauperada credibilidad del señor Sánchez precisamente en la gestión del principal problema de España que es Cataluña.
Por lo que no parece haber solución buena. Si no pasan porque no pasan y si pasan por cómo pasan, parece que el Gobierno y el partido socialista, que aunque puedan confundirse no son la misma cosa, tienen un difícil dilema: hacer las concesiones suficientes –por mucho que se disfracen de otra cosa– para que los partidos independentistas te den doce meses más de vida aún a riesgo de acabar con el PSOE casi definitivamente. Y lo peor de todo es que el Gobierno está en manos de estos partidos. Ya no controla los tiempos. Solo un eventual y muy poco creíble endurecimiento del discurso en Cataluña podría forzar a los independentistas a rechazar unos Presupuestos que, hoy en día, también para (casi todos) ellos, constituye la mejor baza.
El callejón en el que se ha metido el señor Sánchez no tiene salida. Se precipita hacia el desastre llevándose por delante a todo su partido. Un partido que, como les gusta decir a sus miembros, tiene más de 100 años de historia.
Artículo publicado en ABC.
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