El ciclo americano llegó para quedarse

El mes de junio confirma que la expansión de la economía americana ha sido, hasta ahora, la más larga de la historia. Ciento veinte meses de crecimiento ininterrumpido que baten el récord anterior de los años noventa. Sin embargo, aunque sea más largo, también ha sido el peor en lo que a crecimiento acumulado en el periodo se refiere. En todos los ciclos anteriores la expansión del PIB fue mayor.

El cada vez mayor peso de los servicios en las economías desarrolladas es una de las razones tras este crecimiento. Ahora son menos dependientes de los ciclos de inversión empresarial ligados a la economía real. La economía es, por así decirlo, menos física y más gaseosa. Detrás de este superciclo también está una concatenación de estímulos. A las extraordinarias medidas de política monetaria, se sumaron las rebajas fiscales de Trump, generando un sobre estímulo durante los últimos años. A lo anterior hay que sumar el hecho de que las expectativas de inflación hayan permanecido ancladas incluso con pleno empleo y sueldos subiendo, lo que ha concedido un margen de actuación a los banqueros centrales que estos han sabido administrar.

Y lo mejor, a pesar de lo que digan los agoreros habituales, es que tiene pinta de durar. Las amenazas clásicas de la expansión ni están ni se las espera. No hay desequilibrios económicos, el sistema financiero es sólido y, a tenor de lo visto, la posibilidad de que se produzca un error por el lado de la Reserva Federal está descartado.

Los ciclos no mueren de viejos, se tuercen cuando los bancos centrales pisan el freno ante síntomas de sobrecalentamiento de la economía. No estamos ahí. Todo parece indicar que una de las consecuencias importantes del nuevo orden monetario mundial será la mayor duración de los ciclos económicos. Salvo pifia descomunal de los que llevan el timón, que no tienen ningún incentivo en encallar el barco, tenemos ciclo para rato.

Artículo publicado en ABC.

José Ramón Iturriaga
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