Foto: Europa Press
Reconozco que la situación política española me provoca una enorme frustración, como supongo sucede a una inmensa mayoría de los españoles. Las elecciones generales ya han sido presentadas como un todo o nada en otros momentos de la historia reciente y, aunque es verdad que nos hemos jugado mucho en las últimas décadas, la principal diferencia es que ahora el punto de partida no resulta ni por asomo parecido.
Probablemente el próximo 26 de junio no pueda compararse con otras elecciones por mucho que unos y otros lo intenten, sencillamente porque carecemos de la perspectiva suficiente. Ahora bien, no se puede obviar, desde una lectura estrictamente económica, que cualquier resultado que ponga en riesgo la recuperación que hemos experimentado durante los últimos tiempos sería, en el mejor de los casos, una enorme contrariedad. Si lo llevamos al extremo, quizá el único escenario en el que esto se produzca sea aquel en el que la alegre muchachada –que ni son alegres ni jóvenes- pisen moqueta.
Más allá de las sensaciones que podamos tener, este escenario, con los datos de las encuestas en la mano, sigue siendo poco probable. Sin embargo, creo que al menos debería servir para realizar una reflexión simple e importante. Tal y como están las cosas hoy, si no hay nada que desvíe nuestro rumbo, la economía española va viento en popa. Tenemos por delante un periodo de crecimiento, creación de empleo y recuperación de la actividad que no tiene parangón en nuestra historia. Y creo que no peco de optimista, sino en todo caso de un realismo nutrido por la convicción de que a lo largo de estos años se ha realizado un buen trabajo.
Así las cosas, cada uno votará a favor o en contra de lo que en su fuero interno considere. Quizá mi planteamiento adolezca de una miopía enorme, pero goza de una elevada probabilidad. No lo sé, pero sí me importa. Podemos estar a las puerta de un periodo de fuerte crecimiento que depende exclusivamente de un puñado de votos. Nos encontramos en uno de esos momentos en el que los protagonistas somos nosotros, los ciudadanos, los votantes. Y estaremos a la altura de nuestra responsabilidad, sin duda.
Artículo publicado en ABC.
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