La semana pasada se celebró en la Bolsa de Madrid la primera edición de la conferencia Iberian Value y tuve la suerte de ser uno de los ponentes. Fue un magnífico foro en el que a lo largo de toda una jornada muchos de los gestores más reconocidos pudieron exponer su visión de la situación y cuáles son sus perspectivas de mercado, sobre todo los de renta variable. Se trató de un formato muy acertado, que permitió la contraposición de ideas, lo que siempre es muy enriquecedor para los inversores. Se aprende de todos, pero generalmente más de aquellos que no comparten nuestras opiniones.
Más allá de las muchas ideas o enfoques que he rumiado desde entonces, y de los que seguro saco algunas enseñanzas, me sorprendió la extendida sensación de que estábamos cerca –o ya de lleno– en lo que el argot financiero se define como complacencia. Esta es la palabra con la que definimos la situación de cierta indolencia que atraviesan los mercados y en la que, en alguna medida, se menosprecian los riesgos.
Tras varios días dándole vueltas, creo que esta definición no aplica, al menos, en el caso de la bolsa europea y, en concreto, la española. Cabe recordar en este punto que Europa ha estado hasta hace bien poco con riesgos abiertos, a los que se atribuía una probabilidad muy alta de desenlace cuasi apocalíptico. Hace algo más de doce meses, el resultado del referéndum del brexit volvió a abrir un debate que no se había cerrado bien: la continuidad del euro.
El otro gran riesgo al que llevamos dando vueltas los últimos tiempos, el político, se ha cerrado en Europa hace apenas unos días con la victoria de Macron en Francia. Así las cosas, creo que resulta un tanto prematuro pensar que el mercado europeo está soslayando los riesgos y se está dejando llevar por esa sensación de euforia, que históricamente ha anticipado los finales de ciclo. No puede ser que hasta hace cinco minutos estuviéramos pensando que el cielo se iba a caer sobre nuestras cabezas y que, sin apenas pausa para respirar, el péndulo haya recorrido todo el camino que va del escepticismo casi esquizofrénico, propio de una gran crisis, hasta la complacencia generalizada, propia de las burbujas.
La euforia llegará, sin duda, es consustancial al género humano. Y volveremos a creer que no existen riesgos, pero, por el momento, no creo que nos encontremos ahí.
Artículo publicado en ABC.
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