El miedo a la japonización de la economía europea planea desde hace tiempo en los mercados y es lo que algunos esgrimen para justificar que el BCE no suba los tipos de interés. Japón lleva treinta años con crecimientos ridículos, deflación y tipos de interés en negativo. Aquellos japoneses que tienen hoy cuarenta años no conocen otra cosa y les está resultando muy difícil levantar cabeza y revertir esta situación.
¿Es esto lo que nos espera en Europa? La pregunta es lógica, sin embargo, resulta un mito no muy difícil de desmontar. Básicamente, la razón que hay detrás del estancamiento con deflación en el que vive Japón es que se trata de una isla en la que casi la totalidad de sus habitantes son japoneses y, como en la película española, con ocho apellidos japoneses. Es aquí donde toca recordar que la demografía subyace a la economía y un país cerrado a la inmigración está condenado a languidecer de forma progresiva, aunque sea en una jaula de oro como en este caso.
Europa, por el contrario, es un continente abierto y, pese al envejecimiento poblacional, los flujos de inmigración son evidentes y hacen que resulte imposible que se asienten las dinámicas japonesas. Europa crecerá algo más o algo menos, y en algunos momentos también decrecerá, pero no nos vamos a instalar en la apatía deflacionista porque la población seguirá creciendo de la mano de los inmigrantes que vienen a Europa a trabajar.
Hoy sin ir más lejos, cuando la economía no termina de levantar cabeza, la inflación está cercana al 2%. Y esto irá a más a medida que las subidas de los salarios, ya habituales en línea con la recuperación del empleo en el conjunto de países de la UE, se empiecen a trasladar a los precios.
Por lo tanto, llegar a conclusiones maximalistas puede grajear algún sonoro titular, pero desde luego no pasa una mínima comprobación.
Artículo publicado en ABC.
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