Hay un indicador muy elocuente en el mundo de las inversiones que se produce cuando el inversor renuncia a sus convicciones y se rinde ante un mercado que no le termina de dar la razón. En España lo hemos traducido (mal) de forma directa como capitular. Habitualmente, este acto de rendición es visto en el mundo financiero como el final del principio: el mercado tiende a llevarte más allá de lo que puedes aguantar, aunque luego termine imponiéndose la lógica.
Hay dos formas de enfrentarse a esto. Desde la lógica de Keynes que, tras varios fracasos importantes como inversor, acuñó la célebre frase de que el mercado puede permanecer irracional más tiempo que uno solvente; lo que no es otra cosa que correr con la manada e incidir en las emociones que, como es sabido, son nuestro peor consejero financiero. La otra fórmula consiste en permanecer firme, sin dejar que el mercado nos tuerza el brazo y soportar la incertidumbre mientras que la lógica no se imponga.
Nos encontramos en un punto en el que muchos inversores en renta variable europea han tirado la toalla y afirman con rotundidad que nunca lo hará bien. Tras varios años con un comportamiento notablemente peor que el mercado americano, la resignación ha cundido. Entre todos ellos, son muchos los que justifican su frustración porque consideran que la banca, que tiene un peso muy importante en los índices europeos, no vale nada.
Esta sensación de desazón que se extiende por la comunidad inversora es del todo comprensible. Es humana. Sin embargo, ver cómo algunas cabezas muy bien amuebladas empiezan a sucumbir al abandono de la lógica a favor de la manada, quizá constituya la mejor señal de que este comportamiento está tocando a su fin. Cuando alguno de los listos de verdad se deja llevar es que el mercado ha llegado al punto de retorno. Y por lo que he podido ver las últimas semanas, no debemos de estar muy lejos de ahí. No se rindan.
Artículo publicado en ABC.
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