Los últimos datos sobre la evolución de la inversión en Cataluña han suscitado una amplia controversia. La fuerte caída comparada con el crecimiento de Madrid ha sido, con razón, una de las noticias económicas más importantes de los últimos días.
Y más allá de la guerra de cifras y las dudas independentistas sobre estos datos, la realidad es que el daño está hecho, el proceso le ha pegado «un tiro en el pie» a Cataluña. Al margen de cómo sea el desenlace, si es que lo hay, solo el hecho de abrir la «caja de los truenos» tendrá consecuencias económicas enormes. El ejemplo más claro es lo que pasó en Canadá. La incertidumbre jurídica es algo de lo que huyen los inversores. Y esta no tiene pinta de que se vaya a despejar, ni a corto ni a medio plazo.
Y más allá de que esto sea así y que es irrefutable con los datos en la mano, el problema, y quizá sea el mejor ejemplo de lo que ha pasado en Cataluña en los últimos años, es que hay un porcentaje importante de la población que no se creen estas cifras. No consideran que lo sucedido en los últimos tiempos haya tenido consecuencias en la economía y, lo que es peor, no piensan que los pueda seguir teniendo en el futuro.
Hace unas semanas participé en un seminario inmobiliario que organizó el principal portal español en Barcelona. Tras una mañana de datos en los que se constataba que las cosas se habían torcido y que la comparativa con Madrid resultaba escandalosa, en una pausa para el café se acercaron unos participantes, una pareja dueña de una agencia inmobiliaria que lucía sendos lazos amarillos en el pecho. La pregunta que me hicieron me dejó de una pieza: «¿De verdad que lo que ha pasado estos últimos meses es la razón del batacazo que nos hemos metido en nuestro negocio?». Mi cara lo dijo todo.
Artículo publicado en ABC.
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