En estos últimos coletazos del verano, en los que a veces no sabemos bien el día de la semana en el que estamos y durante el que las noticias parecen menos noticia, si miramos con mucha atención -algo que desde luego no es lo más recomendable para volver recargado a la ciudad- se dará cuenta de que la rueda económica sigue girando.
Como no podía ser de otra manera, los medios están repletos de cifras sobre la temporada y de los datos que tenemos sobre ocupación, número de visitantes o precios, se desprende que dicho motor de nuestra economía va a toda revolución. Está claro que no todo es mérito nuestro, pero soy poco dado al cilicio. Las exportaciones siguen creciendo y marcando nuevos récords históricos y seguimos ganando terreno al resto de países de nuestro entorno gracias a las ganancias de competitividad –otro concepto cursi–. Tampoco voy a mortificarme en este punto. Los ajustes en sueldos eran indispensables tras el pinchazo de la burbuja que nos había llevado a vivir muy por encima de nuestras posibilidades. El hecho de que ahora no crezcan o lo hagan menos que el del resto de Europa redundará en ese cambio de modelo productivo en el que estamos inmersos.
Y también estos días se han publicado las actas de la última reunión del banco central europeo en el que le quitaban hierro a las posibles consecuencias del brexit para la economía de la zona euro. No han pasado ni dos meses y ya se empiezan a desdecir algunos de los discípulos del Apocalipsis que, sin duda, encontrarán algún nuevo hueso al que aferrarse. Ya que no es el brexit, tirarán del petróleo, de China o de Ucrania; argumentos tendrán y si les faltan no tienen más que mirar las portadas de los periódicos.
Artículo publicado en ABC.
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