Todos los años por estas fechas se publica la carta anual de Berkshire Hathaway, firma que dirige el mejor inversor de todos los tiempos, Warren Buffett. Es una publicación imprescindible para los que nos dedicamos a la gestión de inversión de la que siempre se aprende algo.
Más allá de lo que el oráculo de Omaha –así lo apodan– opine sobre las oportunidades de inversión, sus cartas son otro ejemplo más de la sensatez que enmarca todas sus decisiones. No se queda solo, por así llamarlo, en la matemática, sino que trasciende la verdad científica y entra de lleno en las cuestiones decisivas, haciendo de lo complejo algo muy sencillo –insultantemente sencillo–. Su forma de hacer es conocida y repite de forma machacona algunas ideas, que no por sencillas de entender son fáciles de aplicar. «Cuanta más imprudencia veamos en los demás, más prudentes somos». «Reinvertir los beneficios y dejar que se despliegue la magia del interés compuesto». «Céntrate en las decisiones fáciles». «Lo que necesita un inversor es evitar los temores y las euforias de las masas». «A largo plazo las acciones son menos arriesgadas que los bonos».
En definitiva, nos repite un dogma: no dejarse llevar por el miedo o la avaricia y sentarse sobre la cartera –es decir, ser paciente–. Estas son las claves de su éxito como inversor.
El señor Warren Buffett es un ejemplo de muchas cosas. De criterio, de sosiego, de paciencia… y además es optimista. Algo que es muy útil para aquellos que invierte en renta variable y que, sin embargo, es tratado con desdén por el mundo en general y el de las inversiones en concreto. En este aspecto de la vida, la superioridad moral del pesimista es un hecho.
Y esto tiene que ver con la psicología y el temor a perder, algo sobre lo que muchos se apalancan en el mundo financiero: el marketing del miedo. Como asegura un gran amigo y colega, claro que soy optimista, invierto en renta variable, sino sería sepulturero.
Artículo publicado en ABC.
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