Locura y razón en las bolsas

El comportamiento de las Bolsas en las últimas semanas ha sido errático: sobrerreacciona y magnifica las (malas) noticias. Y más allá de los repuntes de volatilidad, que entran dentro de lo que se puede considerar su comportamiento normal, diferencias superiores al 15% en un mismo día entre la acción que mejor lo hace y la que peor comportamiento muestra constituye un síntoma de la esquizofrenia a la que hemos llegado en los mercados. Los algoritmos, las máquinas o los fondos direccionales y temáticos son algunas de las razones que se esgrimen para justificar estos movimientos. Y probablemente tengan parte de culpa. Sin embargo, lo que de verdad denota es que el dinero final, el de verdad, el de los grandes fondos de inversión, fondos de pensiones y compañías de seguros, está a por uvas. Se han contagiado del escepticismo del ambiente y se han atrincherado en los cuarteles de invierno a la espera de que escampe. Se han dejado llevar por el exceso de emocionalidad de los mercados. Y de ahí la oportunidad.

Y aunque resulte paradójico, ahora es cuando esa ventana es mayor. Los fundamentales siempre se acaban imponiendo y ahora es cuando más olvidados están. El mercado está a otras cosas. A Trump, a Italia, al Brexit, al Supremo y a la última ocurrencia de Sánchez. Sin embargo, no se presta atención a la evolución de los beneficios empresariales, que ahora mismo señalan que la Bolsa española no ha estado tan barata desde 2011 y 2009.

La máxima de que el mercado puede permanecer irracional más tiempo que uno solvente no resulta cierta, si uno tiene el porcentaje de renta variable que debe tener. Es decir, entendiendo la Bolsa como una forma de poner a trabajar su dinero a través de una cartera con unos objetivos de rentabilidad acordes a una planificación financiera personal. La reciente volatilidad y el mal comportamiento de la Bolsa europea durante los últimos tres años no ayudan, pero no es el momento de tirar la toalla. No olviden la máxima hegeliana: la razón siempre se impone.

Artículo publicado en ABC.

José Ramón Iturriaga
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