Durante la semana pasada, la bolsa americana marcó –otra vez más– máximos históricos, pero no solo eso. Además, el antiguo presidente de la Reserva Federal, Alan Greenspan, volvió a advertir de la burbuja actual en el mercado bonos, se conocieron las cifras de empleo en el mes de julio con más de 200.000 nuevos puestos de trabajo en Estados Unidos y la popularidad de Donald Trump siguió cayendo.
Todo lo anterior refleja muy bien el ciclo en el que estamos inmersos. Economía recuperándose, márgenes empresariales expandiéndose, inflación controlada y tipos de interés bajos. Este es el caldo de cultivo ideal para que las bolsas sigan subiendo. Los márgenes elevados son música para los oídos de los inversores en renta variable y sin inflación, los tipos van a mantenerse bajos durante mucho tiempo. Así las cosas, la bolsa seguirá subiendo. A pesar de ello, los que no compran este sencillo argumentario son legión y aún nos planchan la oreja con la insostenibilidad de la subida del mercado americano.
Lo único que pondría en riesgo este escenario, que los anglosajones definen como de «ricitos de oro» –ni demasiado frío, ni demasiado caliente-, sería un repunte fuerte de la inflación que complicara la eficacia de las actuales políticas monetarias. Los precios determinan los salarios y los sueldos no van a subir mucho en las economías desarrolladas como consecuencia de la globalización, los flujos migratorios y la digitalización. Todo ello es bueno para el factor capital –la expansión de márgenes- y mantiene a raya al factor trabajo –los sueldos-.
Por tanto, en este contexto, los índices seguirán subiendo, los bonos seguirán caros y los inversores que se suban a tiempo lo disfrutarán. Mientras, los que no, seguirán con los golpes en el pecho, aunque siempre tendrán la superioridad moral del pesimista, que en el mundo de las inversiones es percibido de forma completamente errónea como mejor.
Artículo publicado en ABC.
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