Este mes de agosto, además de para tostarse al sol y coger un par de kilos, ha servido para extender el miedo a una nueva recesión global. Las idas y venidas del mercado, la guerra comercial entre Estados Unidos y China y los malos datos económicos han servido para que el miedo a una recesión se haya extendido con fuerza en las últimas semanas.
En este punto, y más allá de que los datos de los próximos trimestres confirmen o no que una economía como la alemana o la italiana puedan estar en recesión técnica -que se define como dos trimestres consecutivos de contracción económica-, comparto la frustración que transmite el presidente de la Reserva Federal americana en cada una de sus intervenciones. Jerome Powell insiste en señalar que sus últimas actuaciones han sido preventivas y que, de momento, no ve síntoma alguno de ralentización económica.
El verdadero riesgo para la economía global es que la guerra comercial entre Estados Unidos y China vaya a mucho peor. Sin ser algo descartable, sí resulta altamente improbable, ya que la solución está en el tejado de Trump, que ha hecho de la fortaleza económica su mejor baza para la reelección en noviembre del año 2020.
Así las cosas, entiendo que nos regocijemos con cada dato que sale algo peor y pasemos por alto los indicadores que no dan señales de alarma. Está en la condición humana. Además, resulta del todo legítimo -y probablemente efectivo- el uso de la economía con fines políticos, algo que está pasando en todas partes y a todas horas.
Sin embargo, el argumento no se puede estirar mucho más. En un mundo donde las principales economías están prácticamente en el pleno empleo, con los sueldos subiendo, los tipos de interés reales negativos y sin problemas de apalancamiento del sector privado, las malas noticias duran lo que duran. Hacer el argumento de la profecía autocumplida es muy vistoso, pero no tiene mucha razón de ser.
Artículo publicado en ABC.
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