Hay dos sectores de los que vamos a hablar mucho el año que viene: los bancos y el inmobiliario. En el caso de los primeros, va a ser el incremento de actividad corporativa lo que aglutine más titulares. La última vuelta de tuerca del proceso de concentración bancaria en España va a coger tracción y de las diez entidades nacionales que hay ahora probablemente nos quedemos en cinco o seis en los próximos dos años. Además, resulta bastante probable que arranque el deseado –por parte del supervisor– proceso de concentración a nivel europeo, un movimiento que se va a producir en cadena. En cuanto caiga la primera ficha, las demás irán detrás. En este caso, la banca española también participará, aunque nuestras entidades son más potenciales compradas que compradoras. Cualquier combinación es posible, la imaginación de los banqueros de inversión no tiene límites.
Y en España en concreto, el sector inmobiliario va a recuperar el protagonismo que había perdido en los últimos años. Salidas a Bolsa, fusiones, adquisiciones y otras operaciones en un sector que se acelera. Tras diez años sin poner un ladrillo encima de otro, las dinámicas del sector están cogiendo muchísima tracción. Desde las oficinas a la promoción residencial, pasando por comercial y logística: todo el inmobiliario va a tener un gran año. Y la explicación no es otra que la evolución de la demanda y la oferta y la enorme brecha entre ambas, lo que va a ser el principal motor del sector.
Y tras las últimas operaciones corporativas que se han visto a nivel mundial en el sector, probablemente lo más importante sea la infravaloración relativa de las compañías españolas con respecto al resto. Esa distorsión en valoraciones, que es una consecuencia de una percepción del riesgo político mayor, convierte a todas las empresas españolas en claras candidatas a ser compradas. Hoy, todas las compañías inmobiliarias lo son. Y algo acabará pasando.
Artículo publicado en ABC.
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