Muertos vivientes

La percepción del sistema financiero europeo es que se trata de un muerto viviente. Más de diez años después de la crisis financiera, todavía hay zombis dando tumbos -Deutsche Bank o algunos bancos italianos- y la rentabilidad del conjunto es muy inferior a la de los bancos americanos. Y es verdad.

La reestructuración del sistema financiero europeo ha sido mucho más lenta que la de los países anglosajones y el diferencial de rentabilidad se debe, entre otros motivos, al nivel de los tipos de interés, pero no sólo. Las bases de costes de una parte importante del sistema representan un porcentaje de los ingresos inmanejable, lo que tiene mucho que ver con el inevitable proceso de digitalización del sector. Además, la banca va con retraso en el muy necesario proceso de concentración.

Así son las cosas, pero quizá estén pagando justos por pecadores. Se podría decir que en Europa se ha ido a dos velocidades en la reestructuración de la banca.

Por un lado, están los países que fueron rescatados y que no tuvieron más remedio que apechugar con las reformas que les impusieron. Y por otro, aquellos países que se han mantenido al margen de los rescates y en los que las reformas van a otro ritmo. No es tanto que la banca europea tenga una enfermedad diferente, es que en algunos países concretos la reestructuración está siendo más lenta de lo que sería deseable, lo que lastra la credibilidad del sector.

El camino es de una sola dirección y no hay vuelta atrás. Solucionar los problemas de solvencia donde los haya, invertir en tecnología, fusiones nacionales que darán paso a las transfronterizas… En definitiva, menos bancos, pero mejores. Los que llevan parte del camino recorrido –que no son los de los países que intuitivamente nos vienen a la cabeza– saldrán reforzados del proceso: estarán en mejor situación para aprovechar la normalización de los tipos de interés, lo que sin duda acabará llegando.

Artículo publicado en ABC.

José Ramón Iturriaga
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