La última vuelta de tuerca del primer ministro británico ha servido para que muchos se rasguen las vestiduras. Y no es para menos. Desde luego que la jugarreta, bloquear el Parlamento cinco semanas, retorciendo la interpretación de las normas en este momento procesal, es buena muestra de lo que Boris Johnson está dispuesto a hacer. No tiene límites. Sin embargo, concluir que este movimiento nos aboca a una salida sin acuerdo resulta algo precipitado.
La razón detrás del cierre del Parlamento es la misma que ha motivado las decisiones de Johnson en los últimos tiempos: el cálculo electoral. Con este movimiento pretende que sea el Parlamento quien asuma la responsabilidad de pedir una prórroga a Bruselas. Y que, moción de censura mediante, provoque un adelanto electoral. En esas circunstancias, concurriría de la mejor forma posible a estos nuevos comicios ya que aglutinaría el voto de los partidarios del Brexit fagocitando al partido de Farage. La imagen de perro loco dispuesto a todo es parte de la caracterización del personaje.
Lo plantea de tal forma que el accidente –«hard Brexit» o Brexit duro– podría llegar por inacción del Parlamento Británico o por obstinación de la UE. Él se lava las manos. Bajo la coartada del mandato popular, construye de forma muy inteligente el relato para la campaña. En cualquier caso, juega con las cartas marcadas: sabe que el resto de instituciones, Parlamento Británico y Comisión Europea, sí estarán a la altura de su responsabilidad.
Artículo publicado en ABC.
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