La semana pasada tuvo lugar la presentación del plan estratégico de Repsol y, con más sombras que luces, se confirmó lo que ya sabíamos: con los precios actuales del crudo, la compañía petrolífera sólo gana dinero en su negocio de refino y marketing. El del upstream –el de exploración y producción– es rentable a partir de los 60 dólares el barril.
Después de muchas idas y venidas, la compañía sigue igual que hace veinte años: ganando dinero con la venta de gasolina en España. Se trata de un negocio muy recurrente, con márgenes estables gracias a la nula competencia y el control total de las refinerías del país y buena parte de las gasolineras. Además, a pesar de la irrupción de las nuevas formas de energía, vamos a seguir consumiendo gasolina durante mucho tiempo. Sin embargo, el plan presentado por la empresa es la constatación de que no tiene nada que hacer en la búsqueda de crudo. Al fin y al cabo, se trata de un negocio en el que o tienes el petróleo, o tienes un asiento permanente en el consejo de seguridad de Naciones Unidas y por tanto puedes defender tus pozos con los cascos azules. La española tuvo su oportunidad con la entrada en Argentina pero tuvo que salir con el rabo entre las piernas en el preciso momento en que se confirmó que había petróleo.
Hoy, después de varias decisiones de inversión controvertidas, vuelven a repartir cartas pero no atajan los problemas estructurales de la compañía, un pigmeo en un mundo de gigantes que además llevan mucho más tiempo jugando. La salida obvia para tratar de maximizar el retorno de los accionistas sería poner en valor el negocio español, sin embargo, no parece estar entre las prioridades de los ejecutivos, más orientados a perpetuar el statu quo. Y en el hipotético caso de una operación corporativa, la petrolera tendría que superar los miedos atávicos que este tipo de movimientos provocan siempre en un país donde el patrioterismo reaparece cuando uno menos se lo espera.
Artículo publicado en ABC.
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