La semana pasada, el presidente Donald Trump, que este verano ha decidido dedicárselo a la guerra comercial, comentaba que podría retrasar hasta Navidad la aplicación de los eventuales nuevos aranceles recientemente anunciados. Sin duda, podría tratarse de otra de las idas y venidas del presidente americano, tan dado a dejarse llevar por los impulsos -hoy quiero levantar un muro, mañana comprarme Groenlandia-. Sin embargo, la razón que utilizó -no querer afectar a las campañas de compras de fin de año- desmonta el argumentario con el que ha castigado nuestra inteligencia hasta ahora. La guerra comercial no es inocua para Estados Unidos. Las subidas arancelarias las están pagando en gran medida los consumidores americanos. Y cuantos más aranceles, mayor será el coste para el consumidor y la economía americana.
Aunque el argumento utilizado por Trump hasta ahora cala por su propio peso, es muy buena noticia que el presidente americano haya reconocido de forma explícita que su estrategia con los chinos tiene las piernas muy cortas. Porque además no solo los consumidores americanos son los principales afectados de las guerras de las guerras de Trump, también la industria, el turismo, los agricultores, etc…
Hay pocos sectores económicos norteamericanos que no estén sufriendo directa o indirectamente, las consecuencias de la guerra comercial.
Resulta muy positivo que el presidente americano verbalice su nuevo argumento, pues parece estar preparando la salida de esta carrera hacia ninguna parte. No parece que sea mucha la distancia mental entre retrasar los aranceles para no afectar la campaña de Navidad y eliminarlos definitivamente para no afectar a nada ni a nadie.
El final de la guerra comercial no está lejos. Solo necesita un triunfo que vender a sus electores: que el mejor acuerdo comercial de todos los tiempos está a la vuelta de la esquina.
Artículo publicado en ABC.
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