Ya no sorprende casi nada. Sin embargo, el debate que se acaba de suscitar sobre las pensiones desprende un tufo oportunista, que en un tema de tanta trascendencia no puede sino preocupar mucho. No vale todo, o por lo menos no debería. Y menos cuando se trata de uno de los pilares del Estado del Bienestar. Y resulta muy lamentable que en un tema de esta índole la clase política no sea capaz de demostrar una cierta altura de miras, algo de visión de futuro.
La insostenibilidad del sistema actual de pensiones es algo que no tiene mucha discusión. La esperada evolución de la pirámide de población –prácticamente invertida–, en la que se juntan una mayor esperanza de vida y el envejecimiento poblacional, hace que no haya ingresos que soporten el incremento exponencial del gasto. Hoy ya hemos recuperado el ritmo de ingresos previo a la crisis, pero el gasto en pensiones prácticamente se ha doblado en el mismo periodo. No hace falta ser un experto en cálculo actuarial para llegar a esta conclusión. Y que a estas alturas, con los años que llevamos debatiendo sobre ello, no seamos capaces de aportar algo de pedagogía en este asunto resulta preocupante.
No todos los grupos políticos están siendo igual de irresponsables. Hay grados, pero nadie ha enarbolado la bandera de la responsabilidad en este tema. Y la solución no son parches más o menos cosméticos, con mayor o menor rédito electoral. El sistema requiere de una profunda revisión y una mejor explicación del desafío que esto supone para el conjunto de los ciudadanos. Y cuanto antes mejor. A diferencia de en otros problemas, en las pensiones el tiempo juega en nuestra contra, no hay tiempo que perder.
Artículo publicado en ABC.
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