Recién terminado el mes de agosto podríamos hacer un resumen catastrofista: «Todo se va por el sumidero». La Bolsa cae, se incrementa la incertidumbre política, hay riesgo evidente de subidas de impuestos, cae el número de turistas y se rebajan las expectativas de crecimiento. El argumento no puede ser más facilón y a la vez más emocional. La oposición ya tiene el discurso hecho.
Sin embargo, una vez más hay que intentar no dejarse llevar por las emociones, aunque no se pueda evitar la indignación. Y como a tantos otros, me indigna que nuestro Gobierno esté siendo del todo irresponsable en sus planteamientos económicos. Ha caído en una retórica populista y se revuelca en el «cenagal emocional», como brillantemente denunciaba Félix Ovejero en una tribuna para enmarcar en el diario «El País». El maniqueísmo de sus planteamientos es impropio.
Pero ahora toca analizar hasta dónde puede llegar. Y más allá de los titulares, todo son fuegos de artificio. Seguimos en una campaña electoral que empezó el día de la moción de censura. Desde entonces todo está dirigido a achicar espacios por un lado y por otro. No tienen ningún problema en desdecirse y dar marcha atrás cuando las medidas no son rentables en términos electorales. En ese rompecabezas populista hay determinadas líneas que no van a cruzar por mucho que quieran, porque saben que tienen más que perder que ganar.
Este planteamiento tiene poco recorrido. A la hora de maximizar el rédito político, parece que todo pasa por erigirse como la opción por exclusión del planteamiento buenista, tan en boga últimamente. La fecha de caducidad es evidente: a todo tirar, mayo del año que viene.
Artículo publicado en ABC.
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