Lo de Italia ha sido un visto y no visto. Reconozco que casi echa por tierra la idea que llevo empujando durante semanas: el mercado se ha instalado últimamente en un mayor relativismo. Sin embargo, por el poco tiempo que ha durado la marejada y a pesar del revolcón, se puede decir que la sangre no ha llegado al río.
Hay que reconocer que los italianos -en concreto, los dos partidos que quieren formar gobierno- han hecho todo lo posible para dejarme en evidencia. Y lo han hecho exclusivamente porque tensar la cuerda les beneficia electoralmente: no hay otra razón. En Italia no existe un sentimiento euroescéptico arraigado, ni tampoco hay un líder carismático al estilo Tsipras o Varoufakis que haya hecho de la ruptura del euro su modo de vida.
Ha bastado que el mercado abriera el grifo de la ducha escocesa para que las cosas se encarrilen de nuevo. Tras unas primeras provocaciones, a las que el establishment respondió de manera muy torpe, se ha reconducido la situación en tiempo récord. La palanca de la prima de riesgo no se ha oxidado pese a llevar ya mucho tiempo sin usar. Ha bastado que los noticiarios italianos abrieran con el fuerte repunte de los tipos de interés y las eventuales consecuencias que eso pudiera tener en su economía, para que en pocas horas se haya presentado un nuevo gobierno sin veleidades antieuropeas, formado por tecnócratas en sus puestos clave. Otro ejercicio más de extraordinario pragmatismo político del que sólo son capaces en Italia.
Aunque evidentemente Italia tiene un problema, no se trata de nada que no hayamos visto antes. Y a diferencia de los griegos -y probablemente también porque todos sabemos cómo acabó aquella historia- los italianos no han tenido que ver cómo los cajeros dejaban de dar efectivo para enderezar la situación. Una vez más, el sentido común se impone. Y es que con las cosas de comer no se juega.
Artículo publicado en ABC.
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