El concepto tradicional es el de prima de liquidez. Esto es, la mayor liquidez de una inversión la hace más atractiva y eso se deber reflejar en un mayor precio, la prima. Sin embargo, durante una reciente y animada conversación con un muy buen conocedor del mercado financiero argumentó al revés. Ha llegado a la conclusión de que, en el entorno actual de tipos de interés, las inversiones menos líquidas cotizan hoy con prima por la ausencia de alternativas. Es preferible, argumentaba, tener el dinero enterrado por un plazo largo que tenerlo disponible.
Y puede que en parte tenga razón. Si analizamos, por ejemplo, las valoraciones que está realizando el «private equity» –un sector más opaco, más ilíquido y más difícil de valorar que la propia Bolsa– nos damos cuenta de que esto está ocurriendo. Dicho de otra forma, el capital riesgo cotiza con prima con respecto a la Bolsa. El mercado, con lo que eso quiera decir, está dispuesto a pagar más por inversiones en compañías más pequeñas, menos conocidas, con menos historia y exposición, y que no tienen una valoración diaria en un mercado organizado por las compañías que cotizan en Bolsa.
En cierta medida, el hecho de tener un precio diario se ha convertido en una maldición. Sorprendentemente, se cumple una máxima muy humana pero con muy escaso sentido financiero: «ojos que no ven, corazón que no siente».
La justificación de lo anterior se encuentra en el «behavioral finance». En cómo afectan las emociones a la hora de tomar decisiones de inversión. Como en los últimos años hemos vivido periodos de volatilidades altas, hay quien ha optado por enterrar la cabeza en la arena y poner el dinero en cosas sin referencias diarias de su valor y expuestas a subidas y bajadas por razones de lo más peregrino. Es humano, pero es un error. Y que esté pasando no quiere decir que tenga sentido. Como en otras ocasiones, o mejor dicho, como siempre, la razón se acabará imponiendo.
Artículo publicado en ABC.
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