La pregunta en muchos foros ya no es cómo van las cosas sino cuánto le queda a esto. Quien más quien menos tiene la mosca detrás de la oreja. En los últimos quince días he estado con empresarios de distintos sectores y todos tenían la misma preocupación: la recesión está a la vuelta de la esquina. Después, preguntándoles uno a uno por cómo les iban las cosas, la respuesta era otra: su negocio va bien. Por lo tanto, en general hay malas sensaciones que, sin embargo, no se fundamentan en el día a día. No solo las compañías van bien y contratan más, sino que se bate –de nuevo– el récord histórico de turistas. Es difícil encontrar mesa en los restaurantes de moda y pocos parecen renunciar a unos días de vacaciones.
Con el objetivo de desmontar esa psicosis que se ha instalado entre nosotros, comparto una reflexión que me venía el otro día a la cabeza cuando, en una presentación anual de empresarios del sector inmobiliario a la que he acudido los últimos años, dos prestigiosos periodistas se encargaban de glosar todos los riesgos a los que nos enfrentamos. Se les llenaba la boca con Trump, Europa y la guerra comercial y por supuesto no pudieron dejar de hacer un alto en la frágil situación económica. Pensé que cuando a mí me tocó hacer esa misma presentación hace cinco años los riesgos eran completamente distintos. Hablábamos de la posible bolivarización de España, todavía coleaba el riesgo de ruptura del euro y no teníamos muy claro si los problemas de solvencia de la banca española estaban solucionados. No era una situación ni por asomo comparable. Mi pregunta a los ponentes tras hacer esta breve reflexión en alto es por qué se cebaban con las malas noticias y cuánto de eso tenía que ver con el cainismo español. La respuesta fue que la revolución va mal, como siempre.
Artículo publicado en ABC.
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