Hace pocos días, el tesoro español entró en el selecto club de los países que cobran por emitir deuda: fueron letras a seis meses con tipos de interés negativos. Suiza, también hace poco, fue el primer soberano capaz de emitir deuda a diez años con rentabilidad negativa. Alemania, por su parte, paga cero por financiarse a diez años. Ahora, en determinadas hipotecas vinculadas al Euribor, hasta los bancos están teniendo que pagar a sus clientes para financiarlos –en muy pocos casos, todo sea dicho-. Más allá del debate que suscita la agresiva actuación de los bancos centrales, no podemos dudar de que ha venido para quedarse.
Entre las consecuencias más evidentes encontramos que los países de la zona euro se están ajustando de forma vertiginosa. Solo en el caso español, este movimiento de la curva de tipos puede suponer un ahorro superior a los 6.000 millones al año en intereses de la deuda. Por otro lado, la condiciones de acceso a los mercados de capitales de las empresas –muy relacionados con el acceso de los países– ha mejorado mucho. Y, finalmente, los bancos están abriendo el grifo del crédito, facilitando el acceso de los ciudadanos a dicha liquidez.
Con todo, los bancos centrales no son los únicos que están comprando bonos con estas ridículas rentabilidades. Más aún, la parte correspondiente a los bancos centrales es mínima: está entrando mucho dinero de inversores. Más allá de los sesgos oportunistas, los que participan de esta fiesta lo hacen porque no les queda más remedio. Sus políticas de inversión les obligan a estar invertidos en bonos del tesoro, independiente de la rentabilidad que ofrezcan o del riesgo que representan. Un buen ejemplo de cómo una norma que se hace en un solo sentido -evitar la asunción de excesivos riesgos- acaba sirviendo para justo lo contrario.
Reflexividad
Desde 1998, la bolsa española no vivía un arranque como este inicio de curso. Las condiciones de financiación han mejorado de forma notable para todos en poco tiempo y el mercado inmobiliario se empieza a dar la vuelta –las ventas de casas suben y los precios se empiezan a recuperar. Es probable, además, que veamos operaciones con el denostado suelo como protagonista.
La situación ha cambiado sustancialmente respecto al año pasado, en el que, por estas mismas fechas, aún había quien dudaba de que saldríamos de la recesión. Hasta el Fondo Monetario Internacional, que por definición es el invitado torpe que llega tarde a todas las fiestas, ha revisado las estimaciones de crecimiento para nuestro país en casi un punto, situándolas en el 2,5% para 2015. España ha sido el país que ha experimentado la mayor revisión al alza en este periodo. Hoy el debate está en si vamos a crecer lo que dice el FMI o el 3% que apuntan los analistas.
La recuperación de los mercados va de la mano de la recuperación macroeconómica. O al revés. Este es el fondo de la teoría con la que George Soros, en su nuevo rol de filántropo, quiere que le recuerden. La ha llamado Teoría de la Reflexividad. El movimiento de los mercados, en un sentido o en otro, arrastra a la actividad económica.
Intuitivamente, y salvo hecatombe, parece pretencioso pensar que son los mercados los que marcan el ciclo y no el ciclo el que marca la evolución del precio de los activos. Sin embargo, sí puede ser que lo aceleren hacia arriba o hacia abajo. El endurecimiento de las condiciones de financiación que acompaña el final de las fiestas monetarias, precipita la corrección en los mercados. Y al revés: la mejora de la financiación y la subida de la bolsa que anticipa la salida del agujero funciona como acelerador. Se trata de un movimiento que se retroalimenta. Y más allá de si esta teoría da o no para pasar a la posteridad –algo que el señor Soros ya ha conseguido-, lo que realmente importa es que estamos en un punto de inflexión y cogiendo carrerilla gracias a la mejora de los mercados.
Mal de altura
Todo está cambiando. Inversores que hace pocos meses valoraban el atractivo de las inversiones en kilómetros de distancia respecto a España, hoy sufren los primeros síntomas de mal de altura porque consideran que la bolsa ha subido mucho. La velocidad de los cambios en el sentimiento de mercado nunca deja de sorprender. Detrás de este vértigo no están los recientes resultados de la bolsa. Probablemente, los inversores, después de muchos años recibiendo palos, tienen la sensación que hay que aprovechar la menor ocasión para coger el dinero y salir por piernas. Al fin y al cabo, la bolsa es la piñata de cualquier crisis.
Que las emociones desorientan a los inversores es un hecho contrastado a lo largo de la historia, pero, en nuestro caso, el factor principal que determina el presente son los resultados de la compañía. Tras más de siete años de caídas de ingresos –en algunos casos con caídas superiores al 50% de la facturación– las cuentas de resultados inician la senda de la recuperación. Y créanme, este proceso no ha hecho más que empezar. En el mejor de los casos, las compañías españolas solo llevan dos o tres trimestres creciendo por lo que aún estamos muy lejos del beneficio medio propio del ciclo, el que debiera servir para la valoración de una compañía. Además, hay que tener en cuenta que las compañías españolas también se han ajustado en costes y reestructurado sus balances para sobrevivir. Este proceso, tal y como nos explicaban en la facultad, se conoce como apalancamiento operativo. Es decir, la recuperación de ingresos, en un entorno de costes estables o decrecientes, se traslada de forma exponencial a la cuenta de resultados.
Y, como acaba de empezar, no somos conscientes de lo que va a representar este movimiento para el beneficio futuro de las empresas con recuperación económica sostenida.
El abecedario básico de la inversión incluye un principio fundamental que señala la estrecha correlación entre los resultados bursátiles a medio y largo plazo y la evolución de los beneficios empresariales. Aunque a algunos les cueste creerlo, aún estamos en el minuto veinte del partido.
- Prima de riesgo: no es lo mismo Italia que España - 23 octubre, 2018
- La seguridad jurídica - 22 octubre, 2018
- Tribunal Supremo: rectificar es de sabios - 22 octubre, 2018