Kim Jong-un, el líder norcoreano, le tiene cogida la medida a su homólogo americano, haciendo de la incontinencia del presidente Trump su mejor aliado. La rápida respuesta que ha encontrado el coreano a sus bravuconadas es lo mejor que le podía pasar. A golpe de Twitter, desde su club de golf de Nueva Jersey –donde ha decidido pasar las vacaciones–, ha echado por tierra muchos años de difícil equilibrio diplomático.
Además, en los últimos tiempos, Estados Unidos se había apuntado algún importante tanto, como las sanciones de Naciones Unidas al país asiático con apoyo unánime. Hasta ahora, la situación, lejos de ser perfecta, resultaba llevadera para todas las partes implicadas. Una eventual guerra no interesa a nadie: ni a Corea del Norte, ni a Estados Unidos, ni desde luego a Corea del Sur, China o Japón. Por lo tanto, más allá del intercambio de mensajes poco amables de los últimos días, resulta prácticamente imposible que la sangre llegue al río. Con todo, es difícil anticipar cómo saldrá Estados Unidos del atolladero. El sátrapa coreano es quien tiene la sartén por el mango en la situación actual. El ruido le beneficia. Trump, con sus respuestas desabridas, le ha convertido en interlocutor válido y ahora no va a ser él quien rebaje el tono. En algún momento, alguno de los adultos de la sala será capaz de embridar al presidente o éste encontrará algún otro tema con el que desahogarse en las redes sociales.
Nada ha cambiado en esta región tan lejana. El ruido producido durante los últimos días se lo debemos a un presidente de los Estados Unidos que, entre vuelta y vuelta al campo de golf, no ha tenido mejor ocurrencia que responder a los desvaríos de un estrafalario y siniestro tirano, convertido ya en el mal menor de una situación en la que confluyen muchos intereses.
Artículo publicado en ABC.
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