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La sorpresa de la semana pasada en los mercados fue el repunte de la rentabilidad de los bonos soberanos de referencia: el americano y el alemán a diez años. En realidad, no hubo ninguna noticia a la que achacar este movimiento, aunque, teniendo en cuenta los niveles de partida, el bono alemán no necesita muchas excusas para volver a una valoración más razonable.

Lo único a lo que quizá podemos achacar este repunte es a que los datos económicos, sin ser buenos, fueron mejores de lo esperado. Y precisamente sea esta reacción lo que merezca una reflexión.

La razón que terminó de apuntillar al mercado en 2018, tras las caídas provocadas por Italia y la guerra comercial chino-americana, fue la percepción generalizada de que la economía mundial se iba por el sumidero. Lo que demuestran los datos que vamos conociendo es que, si bien la economía se ha desacelerado algo, no parece que estemos a las puertas de una recesión, y menos aún de ninguna parecida a la que acabamos de sobrevivir.

Este comportamiento es otro buen ejemplo de cómo el mercado magnifica los riesgos. De igual manera que se han atribuido probabilidades exageradas a desenlaces apocalípticos en los distintos riesgos geopolíticos de estos años, también se han pasado poniendo en precio la posibilidad de una recesión de la economía mundial.

El inicio de año ha diluido los riesgos que se habían magnificado en 2018, y probablemente la tendencia continúe a medida que veamos que el lobo no es tan fiero como lo pintan. Son muchos los que están del mismo lado y todo apunta a que el sentimiento estaba artificialmente deprimido, por lo que son necesarias dosis muy buenas de realidad para hacer cambiar el paso al mercado.

Artículo publicado en ABC.

José Ramón Iturriaga
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