Tener que analizar sucesos tan terribles como el de la semana pasada en Barcelona desde la óptica de los mercados resulta duro, pero es lo que irremediablemente nos toca. A otros les toca analizar las causas y las consecuencias, o si los unos y los otros han estado a la altura de las circunstancias. A mí, aunque pueda sonar algo descarnado, me toca ver si este tipo de atrocidades tienen o no consecuencias en los mercados financieros.
La lectura rápida es que ya no afecta. No es que los mercados hayan aprendido a convivir con esta barbarie, sino que interpretan –por así decirlo– que estas atrocidades tienen muy poco recorrido y pocas consecuencias desde el punto de vista económico. En cierta medida, aunque resulte duro decirlo, la experiencia acumulada en los últimos años que ha sido mucha: las Torres Gemelas de Nueva York, la estación de Atocha, el Metro de Londres y Niza más recientemente. Todo ello permite que el mercado anticipe que las consecuencias, siempre desde la óptica económica, son pocas o ninguna, y por ello no reacciona. Con las Torres Gemelas, las Bolsas cayeron durante unas semanas. Con el Metro de Londres unos días. Y desde entonces, estos actos salvajes no tienen mayores consecuencias.
En cierta medida, los mercados anticipan que tienen poco recorrido: podrán morder una, dos o muchas veces, pero la guerra la van a perder. Los terroristas están condenados al fracaso porque somos más, somos mejores y la razón está con nosotros. La huida hacia adelante de estos salvajes durará un tiempo, pero no va a llevarles a ningún lado. Eso es lo que con muy buen criterio nos dicen los mercados cuando, como estos últimos días, dan la espalda al terror.
Artículo publicado en ABC.
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