Aunque quizá aún no hayamos tomado la perspectiva temporal suficiente, sí podemos valorar las consecuencias, tanto económicas como empresariales, de las idas y venidas de las últimas jornadas. A pesar del miedo o el nerviosismo, el mundo va a seguir creciendo, pero de forma distinta. Las tasas de crecimiento van a ser inferiores a lo esperado, pero a un ritmo más que razonable y, sobre todo, más equilibrado. El nuevo modelo de la economía china, menos intensivo en inversión y más en consumo, se va a traducir en un crecimiento más moderado. Las economías emergentes, que dependen de la evolución de las materias primas, se están viendo lastradas por las caídas de precios. Por otra parte y gracias a estas correcciones –sobre todo en el petróleo– y el progresivo reequilibrio de la balanza de pagos mundial, podemos prever un crecimiento mayor de las economías desarrolladas. Por tanto, se puede decir que vamos a ir más despacio pero más seguros.
El principal riesgo de este escenario sería que el consumo chino no cogiera la tracción suficiente como para tomar el relevo de la inversión como motor de la economía. En esa situación, las autoridades chinas podrían optar por acogerse a una devaluación competitiva y arrastrar consigo al resto de países emergentes en una carrera hacia ninguna parte. Sin embargo, ahora la interdependencia entre las distintas zonas económicas es alta y China cuenta todavía con amplio margen de actuación por el lado de políticas fiscales: no parece que sea el indicado para romper la baraja.
El consumidor de las economías desarrolladas coge el relevo en un mundo sin inflación y con bajos tipos de interés, lo que lógicamente es bueno para los márgenes empresariales.
Las economías emergentes sufrirán más o menos, pero su situación no es comparable a cómo estaban a final de los años noventa. Una situación ideal para que Thomas Piketty siga dándose golpes en el pecho: las rentas del capital van a crecer a mayor ritmo que las del trabajo. La actitud del francés es una opción. Yo, sin embargo, creo que es preferible intentar beneficiarse de la recuperación invirtiendo en ella.
El pragmatismo de la Fed
El próximo jueves, la Reserva Federal americana (FED) debe decidir si da inicio o no al proceso de normalización de los tipos de interés. Aunque pasar de un 0,25 a un 0,5 no suponga un cambio efectivo y pueda parecer baladí, no se trata de un tema menor para los mercados: constituiría, de darse, la primera subida de tipos de interés en once años y el pistoletazo de salida para un ciclo alcista.
En cierta medida, la FED, al calor de los datos macroeconómicos publicados que confirman la recuperación de la economía americana, ya se ha comprometido a subir los tipos antes de que termine el año y por tanto no va a pillar por sorpresa a nadie. El objetivo es normalizar la política monetaria para tener mayor margen de maniobra en el futuro ante la ausencia de inflación, que ni está ni se la espera. Con todo, los últimos acontecimientos y el riesgo asimétrico que subyace en los mercados ha llevado a la institución a pensárselo dos veces. En un punto en el que ya parece imposible reconciliarse con los liberales de salón y los defensores de la ortodoxia austríaca, probablemente sea mejor un repunte de la inflación a una subida de tipos antes de tiempo, que pueda magnificarse en los mercados y eche por tierra el inestable equilibrio de los tipos de cambio.
Si finalmente no hay cambios en las referencias, algunos conspicuos agoreros saldrán de sus cuevas para vaticinar –una vez más– las siete plagas bíblicas (¿o eran diez?). En cualquier caso, tampoco una subida modificaría su actitud. Su contumacia, todo hay que decirlo, es digna de reconocimiento.
Por lo tanto, creo que la Reserva Federal de Estados Unidos dará nuevas muestras del pragmatismo que les ha caracterizado, al menos últimamente, y no tocará los tipos de interés, lo que sin duda alguna les granjeará toda clase de críticas. Tratarán de nadar y guardar la ropa pero con las rayas que tiene ya el tigre no parece que vayan a ser prisioneros de sus palabras. En cualquier caso, como dice un anuncio de televisión, permítanme que insista: aunque empiecen a subir, los tipos nunca volverán a los niveles de ciclos anteriores. Háganse a la idea.
Cotizadas y el “procés”
El órdago separatista que ha lanzado Artur Mas con motivo de las elecciones autonómicas del próximo 27 de septiembre se ha traducido en un repunte del riesgo político en España. La prima de riesgo lo ha hecho algo peor que la italiana, la bolsa está teniendo peor comportamiento en comparación con otros índices europeos y tanto bancos de inversión como medios especializados nos dedican, de nuevo, análisis más o menos “cariñosos”. Sin duda, volvemos a ser el centro de atención, al menos durante algún tiempo.
Más allá del desenlace que pueda tener el proceso, sorprende la respuesta equidistante –utilizando el calificativo de la primera carta de Felipe- que están dando algunas compañías que cotizan en bolsa y cuya valoración, lógicamente, depende en buena medida de lo que pase en los próximos tiempos.
“Somos un grupo de dimensión internacional, con más de 150 años de trayectoria profesional –habiendo superado, además, varias guerras y toda una dictadura–. Contamos con presencia en todas las comunidades autónomas y en más de 50 países. Nos centramos en dar servicio a todos nuestros clientes y aportar valor al accionista, sea cuál sea el contexto económico, social o político”. Siendo todo lo anterior estrictamente cierto, también lo es que su domicilio social está –hoy en día– en Cataluña. Además, todas ellas tienen una gran base de clientes en el resto de España y una cartera de bonos españoles considerable, por lo que una eventual declaración unilateral de independencia de Cataluña, que es de lo que va esto, impactaría mucho en la valoración de las mismas.
“Simplemente no va a pasar” ha sido la respuesta que ha dado el primer ejecutivo de una importante entidad financiera catalana, cada vez –muchas en los últimos tiempos- que le han hecho la pregunta. El riesgo en el caso de los bancos resulta evidente porque además de tener una gran base de sus depositantes en el toda España, no tendrían acceso al Banco Central Europeo.
Quizás, respuestas como las anteriores fueron suficientes en otros tiempos. Ahora suponen ponerse de lado y no parece que sea una respuesta óptima para preservar el valor de sus compañías.
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