Una caída muy diferente del empleo

Los datos de empleo de la semana pasada, como muchos de los datos económicos que vamos a ir conociendo en las próximas semanas, no tienen precedentes. De hecho, para ver una caída similar en el número de cotizantes de la Seguridad Social (SS) nos tenemos que remontar a los cinco meses posteriores a la quiebra de Lehman Brothers en septiembre de 2008. Se ha destruido el mismo empleo en quince días -medidos en términos de cotizantes a la SS- que en los primeros cinco meses de la mayor recesión de los tiempos modernos. Y, sin embargo, y esto es lo más importante, el dato no es relevante porque las razones que lo explican no tienen nada que ver con las de entonces. Esta vez la caída del empleo ha sido consecuencia del cierre impuesto a la economía para controlar el virus. Por eso no lo podemos interpretar igual, porque las causas no son la mismas y por tanto no se pueden llegar a las mismas conclusiones.

No es, desde luego, la única enseñanza que se desprende de los datos que conocimos la semana pasada. Creo que ver a la ministra de trabajo, miembro del partido de la izquierda radical, reconocer, aunque sea ‘de aquella manera’, que la reforma laboral del Partido Popular ha permitido que se destruya muchos menos empleo dice mucho. Podríamos escribir mucho sobre esta flagrante contradicción, pero creo que debemos quedarnos con que, en materia laboral, visto lo visto, no vayamos a ir nunca para atrás.

Una vez interpretados los datos de empleo, tendremos que esperar a la que probablemente sea la clave para entender la magnitud de la actual crisis: los afiliados a la seguridad social que vuelven a cotizar en los próximos meses una vez que se levante el cierre. No es lo que se ha destruido, sino cuánto se recupera, y en la recuperación son muchos los factores que influyen. La velocidad a la que se levanta el cierre será determinante pero no sólo. Lo preocupante en materia laboral son las medidas bienintencionadas que pueden incentivar la economía sumergida. Estamos en un momento en el que los criterios técnicos –y no los políticos– deben prevalecer, las consecuencias no son inocuas. Lo iremos comentando.

Artículo publicado en ABC.

José Ramón Iturriaga
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