La semana pasada supimos que José Viñals será el próximo presidente no ejecutivo del banco inglés Standard Chartered. Un español al frente de una de las entidades más señeras de la capital británica. La noticia pasó algo desapercibida dentro de la vorágine informativa sobre el sector bancario y, sin embargo, quién nos ha visto y quién nos ve.
No solo se compran las camisetas de nuestras empresas textiles, también gestionamos los aeropuertos, los teléfonos o la electricidad, y ahora, además, uno de los nuestros ha sido elegido para presidir uno de sus bancos. A pesar de nuestra experiencia internacional, el movimiento resulta al menos chocante pues este tipo de cargos han estado históricamente reservados para el establishment inglés -como el Sir al que sustituye Viñals- y rara vez se ha hecho huecos a forasteros.
Los méritos del señor Viñals son de sobra conocidos y con toda probabilidad sus conocimientos sobre la regulación -y los reguladores- en el momento actual han tenido su importancia para la selección. Sin duda, resulta clave tener claro dónde está y, sobre todo, hacia dónde va la regulación a la hora de marcar el rumbo de un banco.
Sin embargo, intuyo que se trata de un movimiento que puede tener más recorrido y que quizá su españolidad forme parte de un plan mayor. Hoy, cuando las fusiones transfronterizas constituyen uno de los objetivos de los reguladores europeos en busca de la dilución del riesgo que suponen las entidades sistémicas. El Standard es un banco cuyo valor en bolsa es algo más de la mitad que, por ejemplo, el BBVA. Cuenta con exposición a mercados con mucho potencial y claramente complementarios al que han tenido los bancos españoles a lo largo de su historia y mantiene una clara orientación hacia la banca minorista. En principio no suena mal y Viñals puede ser –sin duda– una magnífica cabeza de puente para comprobar si todo es tan bonito como pinta.
Artículo publicado en ABC.
@JRIturriaga
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