En su última carta que ya comentamos la semana pasada, el gran inversor americano lanzaba una advertencia que no debemos dejar caer en saco roto. Advertía a los grandes inversores –fondos de pensiones, compañías de seguros–, que por su política de inversión están obligados a comprar bonos, de que están incurriendo en un riesgo del que sus inversores no son conscientes. El del oráculo de Omaha cree, coincidiendo con otros muchos, que estos inversores construyen sus carteras dando mucha importancia a lo que ha pasado y no a lo que puede pasar.
Hoy estos inversores se amontonan en bonos de todo tipo y condición. Sin embargo, para alcanzar los objetivos de rentabilidad, probablemente sería mucho más sensato que compraran más Bolsa y redujeran la exposición que tienen a bonos, dejando el resto del dinero en liquidez. Llevado al extremo, frente al 3% que hoy ofrecen los bonos High Yield –hasta hace poco conocidos como bonos basura–, tendría más sentido optar al mismo resultado con una cartera que tuviera un 30% en acciones aproximadamente y el resto en cuenta corriente. El perfil de riesgo de la última estrategia de inversión, aun estando invertida en renta variable, es muy inferior a la cartera de bonos.
Invertir con el retrovisor y confundir volatilidad con riesgo ha llevado a construir carteras con una elevada exposición a renta fija que, a día de hoy y teniendo en cuenta los niveles de valoración, podría convertirse en auténtica bombas de relojería.
En este sentido, ante la pregunta de tener bonos americanos en cartera o sujetar con la mano un trozo de carbón en llamas, un famoso gestor de fondos optaba por la segunda. «Al menos sólo perdería su mano», comentaba a sus partícipes en la última carta.
Artículo publicado en ABC.
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